ANTONIO DOMÍNGUEZ ORTIZ

Antonio Domínguez Ortiz (1.909-2.003), uno de los más destacados entre los Historiadores y Profesores universitarios de España, nació en Sevilla, fue Catedrático de Enseñanza Media en Granada entre los años 1.940 y 1.967, recibió el premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales en el año 1.982 y diversos Doctorados Honoris Causa. En la Universidad de Granada una Cátedra lleva su nombre. Considerado un gran especialista en la España del Antiguo Régimen destacó especialmente en la historia social, citándose como sus obras más representativas “Orto y ocaso de Sevilla” (1.946), “La sociedad española del siglo XVIII” (1.956) , “Política y hacienda de Felipe IV” (1.960), “La sociedad española en el siglo XVII” (dos volúmenes 1.964- 1.970), “Crisis y decadencia en la España de los Austrias” (1.973) y “Sociedad y estado en el siglo XVIII español” (1.976), “Andalucía, ayer y hoy” (1.983) , “Historia de Andalucía” en 8 volúmenes (1.980 y 1.981) y “España: tres milenios de historia” (2.002).

En Octubre de 2.002 recibió el homenaje de sus compañeros de la Academia de la Historia en un acto presidido por el Presidente del Gobierno, José María Aznar, en el que se presentó su libro “España: tres milenios de historia” del cual dijo su autor que es “un libro que resume mis lecturas y mis meditaciones sobre el ser de España”. Antonio Domínguez Ortiz añadió que su libro “es el fruto de mi doble actividad personal, la de investigador y la de docente. Con la dificultad de que no debía ser ni el resultado de una cosa ni de la otra”, destacando que la idea central del mismo es la de que España posee una personalidad derivada de la herencia de Roma y de la convivencia de sus pueblos en un espacio geográfico bien definido. El autor preguntó: “¿existe una historia de España o España es una ficción, un cuento?” respondiendo que “su caso es análogo al de Francia, Italia y Alemania, cuyas piezas también se han descompuesto y recompuesto a lo largo de siglos y milenios sin perjuicio de su unidad fundamental. Para interpretar correctamente este fenómeno hay que desligarse de la tradición romántico-liberal de la identificación de nación y Estado. España es mucho más antigua que el Estado español'. Citando algunos párrafos de esta obra podemos leer que: “El Estado visigodo (…) coincidía en lo esencial con la diócesis de Hispania y además comprendía la Septimania, o sea, el sureste de la Galia. Fue la prefiguración de un Estado español, y su pérdida fue lamentada como «la pérdida de España», motivo de una larga reconquista”. (…) “San Isidoro, arzobispo de Sevilla, prorrumpió en una Alabanza de España (De laude Spaniae), modelo de otras posteriores que, a pesar de su brevedad, es un texto fundamental para el estudio de la idea de España como nación: «De todas las tierras que se extienden desde el mar de Occidente hasta la India tú eres la más hermosa. ¡Oh sacra y venturosa España, madre de príncipes y de pueblos! ...Tú eres la gloria y el ornamento del mundo, la porción más ilustre de la Tierra ...Tú, riquísima en frutas, exuberante de racimos, copiosa de mieses, te revistes de espigas, te sombreas de olivos, te adornas de vides. Están llenos de flores tus campos, de frondosidad tus montes, de peces tus ríos...»” (…) “En 1937 apareció, póstuma, Mahoma y Carlomagno, de Henri Pirenne, una de las obras históricas más importantes del siglo XX. Su tesis puede resumirse así: las invasiones germánicas, aunque espectaculares, no cambiaron las bases económicas y sociales creadas por el Imperio Romano; los nuevos Estados se adaptaron a las antiguas circunscripciones, el ordenamiento jurídico cambió poco y lo mismo ocurrió con las relaciones sociales; los germanos se integraron, adoptaron la religión de los vencidos, la gran propiedad siguió dominando en el agro, persistió la vida urbana porque persistieron las relaciones económicas y el Mediterráneo siguió siendo un frecuentado medio de comunicación. Con las conquistas de los árabes en el siglo VII todo cambió: en el este del Mediterráneo el Imperio Bizantino se defendió bien y mantuvo su prosperidad, pero en Occidente las comunicaciones marítimas se hicieron raras y peligrosas, el comercio internacional casi desapareció, apenas circuló ya la moneda de oro, la economía se contrajo, las ciudades disminuyeron de número y tamaño, los soberanos, que no disponían de numerario, empezaron a pagar los servicios con tierras, el enquistamiento económico transcendió al ámbito político y social anunciando la aparición del feudalismo. Esta tesis, sostenida con gran talento y acopio de datos, ha sido después discutida y, en parte, demolida, pero queda en ella mucho aprovechable. Su argumentación se aplica principalmente a la Galia y al imperio de Carlomagno. / El caso de España es distinto; aquí la llegada de los árabes rompió lazos marítimos, pero creó o reforzó otros nuevos; era una nación partida en dos, una bajo la sombra de Mahoma y otra que se amparaba en Carlomagno”. (…) “La Conquista y posterior Reconquista fueron fenómenos de inmensa trascendencia que singularizaron los destinos de España, haciéndola bascular hacia África y hacia Oriente hasta que la mayor capacidad potencial del Norte, de Europa, la integraron de nuevo en su órbita. Este movimiento pendular, con muchos vaivenes, duró seis siglos y medio si lo hacemos terminar a mediados del siglo XIV, cuando, con la conquista del Estrecho por los cristianos, cesó toda posibilidad de intervención africana; el reino nazarita de Granada fue un mero epílogo que no podía alterar el hecho irrevocable de la reintegración de España al ámbito occidental. Ese dilatadísimo horizonte temporal se divide en dos fases de una desigualdad sorprendente: cuatro años de Conquista, seis siglos de Reconquista. La explicación de una disimetría tan llamativa ha de buscarse no sólo en la diversa actitud de las poblaciones concernidas, sino en una mayor solidaridad de los musulmanes a uno y otro lado del Estrecho frente a la ayuda muy escasa, muy esporádica, que a la España cristiana llegó a través de los pasos pirenaicos; no necesitaba el rico Occidente de las tierras de España, mientras que las poblaciones norteafricanas siempre codiciaron las tierras de la otra orilla”. (…) Respecto de la España de las Tres Culturas nos dice que “la unidad de España, prefigurada ya en la diócesis romana de Hispania, se realizó, aunque fuera en condiciones precarias, en el reino visigodo; unidad política y, hasta cierto punto, unidad religiosa, tras la conversión de los arríanos y la reducción de la minoría judía a una condición próxima a la esclavitud. Este aparatoso edificio, de débiles cimientos, se derrumba con la invasión arabo-berberisca, tras la que siguen centurias de división política e ideológica; nunca estuvieron los pueblos de España más lejos de la unidad; sin embargo, ésa es precisamente la época en la que Américo Castro fijó el nacimiento de la idea de España. Idea basada, según él, en el choque de culturas, del que saldría, como la chispa del pedernal, un destello creador, España, no como unidad, sino como diversidad, producto del choque y convivencia de tres culturas: cristiana, árabe y judía. Sánchez Albornoz impugnó esta concepción de nuestros orígenes, contraponiéndole la tesis clásica, renovada con su prodigiosa erudición: España, creación de Roma, representante de una cultura cristiana y occidental, beligerante frente al Islam, a pesar de préstamos ocasionales cuya importancia no hay que negar ni tampoco magnificar. / Distante del extremismo de ambos autores, de los que mucho he aprendido, me considero más cercano a la tesis de Sánchez Albornoz; la de don Américo tiene el mérito de haber removido aguas estancadas y abierto nuevas perspectivas.” No obstante, “la España de las tres culturas se transformaba sin desaparecer dejando posos, herencias tenaces, con tendencia a la simplificación y la cristianización.” (…) “En la Políglota Complutense, auspiciada por Cisneros, colaboraron cristianos viejos como Antonio de Nebrija y judíos conversos: Pablo de Zamora y Alfonso Coronel. En 1553, cuando ya los puentes se habían roto, tenemos otro interesante caso de colaboración: algunos judíos expulsados de España publicaron en Ferrara, cerca de Milán, una Biblia en lengua española con el visto bueno de la Inquisición. Y al terminar el siglo XVI Felipe II costea una lujosa reedición ampliada y mejorada de la Complutense: la Biblia Regia o Biblia de Amberes. En ella aparentemente ya no hay ninguna colaboración hebraica... pero investigaciones recientes han confirmado lo que hasta hace poco eran sólo sospechas: las raíces hebraicas de Benito Arias Montano, el genial impulsor de la Biblia Regia. No hay mejor símbolo para expresar que el espíritu de las tres culturas, aunque diluido y en apariencia muerto, seguía manteniendo cierta vigencia”.

En el artículo “Antonio Domínguez Ortiz, un historiador social” de Ricardo García Cárcel publicado en Historia Social nº 47 el año 2.003 podemos leer que el Historiador que comentamos “fue un catedrático de instituto que, en un contexto ni política ni profesionalmente fácil, y a partir de una capacidad de trabajo excepcional, se dedicó a la investigación por pura pasión por la historia. Sin expectativas profesionales que quedaron pronto frustradas en el turbio mundo de las oposiciones a cátedras universitarias, por razones políticas (…) y, sin duda, gremiales (…). Sin alumnos directos a los que dirigir tesis o trabajos de investigación, sin capacidad de multiplicación y reproducción de sus propios objetos de interés científico; sin la presión del coyunturalismo político que, ya desde 1956 y sobre todo en los años sesenta, empieza a vivirse en la universidad franquista. Todo ello, a la postre, que hubiera sido un serio obstáculo a los estímulos investigadores, Don Antonio lo convirtió en un privilegio que le permitió incentivar cuantitativamente su producción más que nadie en la universidad española, garantizar la capacidad de hacer siempre lo que le pidió su propio instinto de historiador sin afectaciones ni influencias desvirtuadoras, ser, en definitiva, libre de espíritu para asumir su propio proyecto de vida y de oficio de historiador”. Y destaca que Antonio Domínguez Ortiz “fue un historiador social en la época en la que el adjetivo social estaba cargado de connotaciones siniestras. A lo social llegó, más que por una adscripción ideológica determinada, por la sensibilidad ante la cotidianidad, las estructuras que quedan, la fuerza indestructible de la realidad pura y dura, tapada o disfrazada por el oropel político y sus oscilaciones coyunturales”. El citado artículo destaca que “significativamente, la sensibilidad social de Domínguez Ortiz encontró su mejor ámbito de proyección en su interés por el conocimiento de los perdedores de la sociedad. Entre esos perdedores figuran las víctimas mayoritarias de la Inquisición: conversos y moriscos. A los primeros les dedicó su La clase social de los conversos en Castilla en la edad moderna (1952) luego reconvertido en Los judeoconversos en España y América (1971); a los segundos les dedicó su Historia de los moriscos (1978), que escribió en colaboración con Bernard Vincent. La influencia en este ámbito de Caro Baroja y Américo Castro es bien patente. A Don Antonio le fascinó de conversos y moriscos no tanto las señas de identidad antropológica, como a Caro Baroja, ni la función cultural de los mismos, como a Américo Castro. A él lo que le apasionó siempre del tema fue la relación de conversos y moriscos con la Iglesia y el Estado, la dialéctica de estas minorías con el poder establecido a través de la institución inquisitorial”. (…) “tras conversos y moriscos, a Don Antonio le preocupó la proyección histórica de otros perdedores sistemáticamente olvidados de la historia, tales como pobres, gitanos, extranjeros, expósitos, prostitutas, marginales de la historia oficial a los que Don Antonio dedicó toda su capacidad de ternura. Sin un referente sesentaiochista como los que en Europa se utilizaron para legitimar el interés de la historiografía de los setenta hacia estos olvidados, sin ningún tipo de advocación teórica a los Foucault, Don Antonio dirigió su atención hacia los sujetos pacientes de la historia que no tuvieron capacidad para rebelarse colectivamente contra el sistema”.

Gonzalo Antonio Gil del Águila

Granada, 28 de Mayo de 2.008

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