DISQUISIONES DE PEDRO ANTONIO DE ALARCÓN SOBRE LA ETIMOLOGÍA DE LA ALPUJARRA EN SU OBRA “LA ALPUJARRA: SESENTA LEGUAS A CABALLO PRECEDIDAS DE SEIS EN


Advirtiendo que “Discordes andan historiadores y orientalistas acerca del origen y significación de la palabra Alpujarra”, Pedro Antonio hace la siguiente enumeración:

“PRIMERA OPINIÓN.- Según Luis del Mármol, Alpujarra proviene de la voz árabe abuxarra, que él traduce: la rencillosa, la pendenciera”.

“SEGUNDA OPINIÓN.- D. Miguel Lafuente Alcántara dice lo mismo, como si lo copiara reverentemente, permitiéndose tan sólo traducir indomable en lugar de rencillosa, y conservando lo de pendenciera”.

“FUNDAMENTO DE ESTAS DOS OPINIONES.- Todos los cronistas antiguos están contestes, principiando por el historiador musulmán Aben-Ragid, en que los Agarenos no lograron dominar las fragosidades alpujarreñas ni reducir a los cristianos que allí vivían, sino pasados siglos de la batalla de Guadalete y de la ocupación de casi toda la Península por las legiones Africanas y Asiáticas. Y, aún después; si éstas penetraron y reinaron en la Alpujarra, fue por la buena y a condición de tolerar la Religión del Crucificado, cuyo culto siguió, en efecto, siendo libre durante otros dos o tres siglos, hasta que poco a poco, y sin violencia alguna, los más absorbieron a los menos, o los menos se refundieron en los más, al punto de no quedar un solo alpujarreño que se acordase de la fe de sus mayores.- Creen, pues, Mármol y Lafuente Alcántara que los calificativos de rencillosa, pendenciera e indomable le venían como de molde a aquella región en los tiempos en que los moros tuvieron la primera idea de ella”.

“IMPUGNACIÓN DE TODO LO DICHO.- Es, sin embargo, muy de extrañar que el mismo Aben-Ragid, relator de esos hechos, nunca llame a la Alpujarra sino la Tierra del Sirgo (por la mucha seda que en ella se criaba); y sorprende aún más, que, después de haber publicado Mármol la citada versión, otros filólogos e historiadores hayan continuado poniendo en tela de juicio la verdadera significación del nombre que hoy lleva aquel territorio”.

“Romey y Mr. Sacy, por ejemplo (TERCERA OPINIÓN), se fijan en que Suar-el-Kaici y otros revoltosos de la Andalucía oriental levantaron por las Serranías de Granada algunas fortificaciones llamadas Al-Bord-jela, (Castillo de los Aliados), y creen que de este nombre vino a formarse el de Alpujarras”.

“En cambio (CUARTA OPINIÓN), Xerif Aledrix y nuestro insigne Conde aseguran por otro lado que Alpujarra vale tanto como Al-bugscharra, voz árabe que se interpreta Sierra de hierba o de pasto”.

Finalmente, el ilustrado orientalista y literato de nuestros días, Sr. Simonet, dice (QUINTA OPINIÓN) que no le parece buena ninguna de las traducciones que conoce de Albuxarrat (que, según él, era como verdaderamente llamaban los moros a aquella Serranía), y aventura la idea de si podrá traducirse Alba Sierra, aunque añade modestísimamente a renglón seguido que está muy lejos de creer haber acertado más que los otros”.

Prudentemente, Pedro Antonio de Alarcón ofrece al lector la posibilidad de escoger la teoría que más le guste mientras afirma de sí mismo “Yo no escojo ninguna... por la sencilla razón de que no sé el árabe” para continuar diciendo que “En lo que, a pesar mío, no puedo abstenerme de dar un humilde dictamen (o, por mejor decir, he tenido que darlo anticipadamente, al ponerle título a esta obra), es respecto de si debe escribirse La Alpujarra o Las Alpujarras” explicando que ha “optado por el singular” no sin “pasar antes por angustiosas vacilaciones”. Honestamente continúa: “Figuraos que el plural tenía en su abono estos antecedentes: Primero: El empleo que hacen de él varios autores antiguos y modernos siempre que hablan de aquel país; Segundo: El usarlo en la conversación bastantes gentes, bien que fuera de Andalucía; Y tercero, y mucho más importante: La autoridad de la Academia Española, que define así, en su Diccionario de la Lengua Castellana, la voz ALPUJARREÑO, ÑA: «Adj. que se aplica al natural de Las Alpujarras, y a lo perteneciente a ellas». Había, pues, harto motivo para decidirse por el plural, -y ya lo había usado yo mismo en cierta ocasión, obligado por la fuerza del consonante... Sin embargo, hacíaseme cuesta arriba escribir Alpujarras al frente de este libro y en la mayor parte de sus hojas, cuando toda mi vida había dicho y oído decir La Alpujarra; y como me pusiera a excogitar razones para mantenerme dentro de mi dulce rutina (¡qué rutina no es dulce en estos tiempos de tantas dislocaciones y extravíos!), encontré en apoyo del singular los tres fundamentos siguientes: Primero: Que Hurtado de Mendoza, Mármol, Lafuente Alcántara y otros escritores de muchas humanidades y escrupulosa conciencia, en sus Historias relativas a aquella región, la llaman siempre La Alpujarra; Segundo: Que del propio modo la mientan constantemente casi todos los naturales de la provincia de Granada, empezando por los de su culta capital; Y tercero, y principalísimo: Que así la nombran los mismos alpujarreños”. Más adelante nos explica que “Por lo demás, comprenderéis que a mí me importa un bledo que la Alpujarra se llame de este o del otro modo; -pues, como dice muy oportunamente la Julieta de Shakespeare: «Lo que llamamos rosa embalsamaría lo mismo el aire si tuviera cualquier otro nombre.».

Respecto a los límites de la Alpujarra nos dice que “en este punto la verdad y el error son más evidentes a mi juicio, y más fáciles, por tanto, de separar”. Y continúa diciendo que no sabe “quién sería el primero (tal vez Méndez de Silva) que escribió la peregrina especie de que «la Alpujarra, mide diez y siete leguas de longitud desde Motril a Almería, por once de anchura, desde Sierra Nevada al mar»...”
Preciso es hacer un amplio parántesis para hablar de la legua como unidad de medida.
La legua castellana se fijó originalmente en 5.000 varas castellanas, es decir, 4,19 km o unas 2,6 millas romanas, y variaba de modo notable según los distintos reinos españoles y aun según distintas provincias, quedando establecida en el siglo XVI como 20.000 pies castellanos, es decir, entre 5.573 y 5.914 metros. La legua de 20 al grado comenzó a ser utilizada en España en el siglo XVII en sustitución de la legua de 17,5 al grado, es decir de 17,5 leguas por grado de longitud
Siguió utilizándose de forma profusa mucho después de ser oficialmente abolida por Felipe II en 1568, pero Carlos IV por Real Orden de 26 de enero de 1801 estableció:

“Para que la legua corresponda próximamente a lo que en toda España se ha llamado y llama legua, que es el camino que regularmente se anda en una hora, será dicha legua de veinte mil pies; La que se usará en todos los casos que se trate de ella, sean caminos Reales, en los Tribunales y fuera de ellos”.
Retomando la explicación de Pedro Antonio en el punto en que la dejamos, “- Fuera quien fuese, este deslinde tuvo la fortuna de que lo copiasen al pie de la letra muchos graves autores, y hoy sigue dando la vuelta al mundo, en Diccionarios geográficos, Enciclopedias, Guías, y toda clase de itinerarios pintorescos, como una verdad de a folio”. Pero esta valoración es errónea y “La prueba es que los mismos historiadores del siglo XVI, que la transcriben a cierraojos, distinguen luego entre Tierra de Motril, Alpujarra y Tierra, o río de Almería, presentando cada región por separado como cosas muy diferentes. Y, por si esto no bastara, esos mismísimos historiadores, al describir en otros pasajes la comarca alpujarreña, la dividen en las tahas o distritos que contenían, resultando de sus propios datos que no abarcaba, ni con mucho, las vertientes orientales de Sierra de Gádor ni las occidentales de Sierra de Lújar. Por último: ningún motrileño ni almeriense (exceptuando a los nacidos en la banda occidental de Sierra de Gádor: que tienen razón en creerse alpujarreños), se ha considerado jamás a sí propio como hijo de la Alpujarra.”

Nuestro autor nos recuerda que “Ya lo he indicado muchas veces (apoyándome en idénticas consideraciones que ahora): por Alpujarra se entiende todo el terreno comprendido entre Sierra Nevada y el mar, y encerrado luego, como en un rectángulo, por las sierras laterales; es decir: todo lo que queda dentro del horizonte sensible que se abarca desde las cimas del Cerrajon de Murtas; todo lo que sería un solo valle, a no existir la Contraviesa; todo lo que, visto desde el mar de Albuñol, mirando al Mulhacén, tiene, en fin, un cielo común...” porque “El común denominador, la razón de ser de la Alpujarra como comarca, es el cinturón de cumbres y olas que la rodea, el pedazo de cielo que la cobija”. Y nos aclara que en “la frontera occidental de la Alpujarra principia en el Picacho de Veleta; baja con el río de Lanjarón hasta el río de Órgiva; gana luego la Sierra de Lújar, y corre (por donde mismo va la raya del Partido judicial de Motril) hasta caer al mar entre Castel de Ferro y Torre de Paños. Y la frontera occidental empieza hacia Ohánes; busca las crestas de Sierra de Gádor, y va a morir en la Punta de las Sentinas.- Dicho se está, por consiguiente, que quedan reducidas a diez u once las famosas diez y siete leguas del consabido geógrafo”. Mientras que de los límites al Norte y Sur “no hay que ocuparse” porque son evidentes “el Mediterráneo y Sierra Nevada.- Sólo advertiré que, entre Sierra Nevada, y el Mediterráneo, en línea perpendicular, no median nunca las pretendidas once leguas, sino ocho, todo lo más; y esto, sólo hacia el Campo de Dalias; que, por los puntos restantes, apenas llegarán a siete, -midiendo siempre a vuelo de pájaro”.

Granada, 6 de Enero de 2.008

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